16.9.06

 
QUIEN CUIDA DE TI, MAMA?

“¿Y quién cuida de ti, mama?”, me preguntó mi hijo pequeño cuando le acostaba. Después de besarlo y apagar la luz, su pregunta quedó suspendida en mi cabeza. Hace tiempo que siento que vivo como por inercia. Trabajo en el bufete y a veces me quedo hasta tarde. En casa siento que la relación con mi marido ha cambiado. Empiezo a ver en él mis propias carencias y echo de menos su atención del principio. Por otro lado, las responsabilidades me agobian.

Estoy cansada y quiero pensar un poco en mí, pero me siento culpable por este pensamiento egoísta. Busco entre mis recuerdos y me comparo con mi madre. Me educaron como a ella, para cumplir con mis obligaciones y dedicarme a mi familia. “¿Cómo lo hacía ella?”, pienso.
Entonces me asalta la gran pregunta: “¿ha sido feliz?”. Decido llamarla para preguntárselo.

-Sí, he sido feliz –me dice con seguridad, aunque un poco sorprendida por la pregunta.
-¿Pero cómo lo conseguiste? –le preguntó-. Vivías por y para nosotros, dejaste atrás todo lo que te pertenecía sólo a ti, ¿cómo pudiste ser feliz?
Mi madre guarda silencio, como si fuera a confesarme un secreto. Después, contesta dulcemente:
-Porque siempre reservaba un poco de tiempo al día para dedicarlo sólo a mi misma.
Ahora la sorprendida soy yo.
-¿Y qué hacías en ese tiempo, mamá?
-Cualquier cosa que deseaba. Iba a la peluquería, leía un libro, llamaba a una amiga por teléfono, salía a pasear con tu padre… Además, pensaba en todo lo que había logrado con mi voluntad y con mi esfuerzo y me prodigaba en elogios hacia mí misma.

No recordaba a mi madre haciendo ninguna de esas cosas. Se lo digo y me responde:
-Es posible que tú no te dieras cuenta.
Tampoco la recordaba quejándose de ninguna de sus obligaciones. Al contrario, mi recuerdo era el de una mujer que siempre tenía una sonrisa en los labios. Después, como si hubiera adivinado lo que estaba pensando, mi madre me dice:
-Mira, hija, tener una familia no significa dejar de existir. Yo os quiero con todo mi corazón, y mi mayor anhelo entonces era cuidaros, pero también necesitaba cuidar de mí…

Tras un breve silencio, continúa:
-Si no me hubiera querido a mí misma, nunca habría podido quererte como lo hice.

Tras hablar con ella, me sorprende que se trate de algo tan sencillo, pero cuando intento recordar algún momento que haya dedicado a mí misma en los últimos meses, no encuentro ninguno. He dejado de cuidarme para cuidar de mi familia y de mi trabajo. Quizá he equivocado el orden de las prioridades.
Ellos son muy importantes en mi vida, pero ¿y yo?, ¿cómo he podido olvidarme tan fácilmente de mí? Si, como decía mi madre, tener una familia no significa que yo ya no exista, que no deba tener en cuenta mis prioridades, está claro que estoy equivocando mi actitud, porque desde hace mucho tiempo ya no me paro ni un segundo a pensar en mí. Y, si no soy capaz de cuidarme y de quererme, no puedo pretender saber querer y cuidar a los demás.

No quiero volver a nombrar culpables como he hecho hasta ahora. Por una vez quiero pensar sólo desde mi interior en hacer la parte que me corresponde, sin ocuparme de si los demás hacen la suya o no. Sin juzgarles.

Pienso en lo que me gustaría recuperar en mi vida y creo que me ayudaría a sentirme mucho mejor. Son cosas sencillas que considero importantes. ¿Hace cuánto que no salgo con una amiga a tomar un café y charlar? Me gustaría pasear por las tardes, ahora que empieza la primavera, y aprovechar los fines de semana para jugar con mi hijo en el parque. Ahora puedo responder a la pregunta que él me hizo. Nadie cuida de mí, ni siquiera yo misma.

Comprendo la importancia de dedicarme un tiempo cada día para hacer todo lo que no he hecho por mí en estos años. Quiero colmarme de regalos, que no tienen por qué ser materiales. Pueden ser momentos para pasarlos realizando cosas que me llenen, que me satisfagan. Aún puedo disfrutar con una bella puesta de sol o con mi música favorita. Volver a hablar con mi marido. Y, a partir de ahora, hacer cada cosa disfrutando, sin permitir que mis pensamientos vuelen hacia mis responsabilidades. Y, cuando esté en el bufete, no ser nunca más la primera en proponerme voluntaria para trabajar más horas de las necesarias. Mis compañeros también se merecen tener esa oportunidad.

Pero, además, sé que necesito cuidar de mí emocionalmente. No quiero aguantar más el llanto, quiero respirar profundo si me encuentro angustiada y sentarme a pensar en mis cosas sin la necesidad de tener las manos siempre ocupadas. Relajarme.

También necesito aprender a escucharme. Mi corazón me grita fuerte, pero hasta ahora no he sido capaz de oír su voz. Quiere decirme algo muy importante: que he dejado de amarme. Si no mantengo una relación amorosa conmigo misma, no puedo pretender mantenerla con nadie.

Escucho de nuevo las palabras de mi madre grabadas en mi memoria. Ella se amaba y se ocupaba de sí misma, de percibir sus pensamientos y emociones, de atender sus necesidades y las nuestras, y de relacionarse en armonía con los demás.

Yo soy capaz de hacer lo mismo, de ayudar y comprender a los miembros de mi familia, de volver a disfrutar de mi trabajo y de mis amigos, pero sobre todo de mí. Lo voy a hacer por mi bien y por el de mi entorno, porque, si me quiero, si estoy feliz conmigo misma, me es mucho más fácil querer a los demás y cuidar de ellos. Y conseguirlo es tan sencillo como permitirme un breve tiempo cada día para vivirlo a solas conmigo.

MAR CANTERO (Escritora y directora de talleres literarios y de crecimiento personal)
REVISTA MENTE SANA

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