19.11.06

 
VIVIR CON PAZ INTERIOR Y VIVIR CON ESTRÉS

Veamos una pequeña historia:

Una mujer se despierta a las 7 de la mañana con el timbre de alarma de su despertador y su corazón y su ánimo se desbocan nada más abrir los ojos. Va a la habitación de sus dos hijos pequeños para despertarles y procurar que la hora que le queda antes de tener que llevarlos a la parada del autobús sea lo más pacífica posible, pero en el fondo no alberga muchas esperanzas de que así sea. En efecto, uno de sus hijos se despierta de mal humor (habrá tenido algún mal sueño), con lo cual se opone a cualquier propuesta de su madre, y al otro, al más pequeño, no se le ocurre nada más divertido que jugar con su madre a que ella intente vestirle mientras él se escapa y se esconde. La madre les regaña y les pide que se porten bien, pero ellos hacen caso omiso y cada vez de ponen todos más nerviosos. En éstas aparece el padre en escena y les pide a los tres que dejen de hacer tanto ruido tan temprano y que se pongan en marcha. Por fin la madre convence a los pequeños de que se vayan vistiendo mientras ella va a preparar los desayunos de todos.
Cuando ha preparado su café y los desayunos de sus hijos, llama a todos para que vengan a desayunar pero nadie aparece, va a buscarlos a su habitación y comprueba con desmayo que están jugando con el dominó nuevo y todavía no se han vestido… Entre tanto se acerca la hora de tener que salir a la parada de autobús y… ¡ella ni siquiera se ha lavado la cara!...

No muy lejos de ahí, otra mujer se ha despertado con su radio-despertador a las 6:30 h. y se ha levantado inmediatamente para prepararse una taza de té con galletas, que se ha tomado sentada frente a la ventana y viendo amanecer. Ha pasado unos quince minutos sola consigo misma, pensando en lo que tiene que hacer por el día y a continuación se ha dirigido a la ducha para disfrutar del agua caliente y de los últimos minutos de tranquilidad que le va a deparar la mañana. Duchada, encremada, vestida y bastante relajada se dirige a la habitación de sus dos hijos pequeños para despertarles y disfrutar un rato de su compañía antes de tener que llevarlos a la parada del autobús escolar. Uno de sus hijos, el mayor, se despierta de mal humor (habrá tenido algún mal sueño) y su madre le dedica unos minutos en los que le pregunta sobre el motivo de su mal humor y le convence de tirarlo por la ventana (el motivo, claro) para poder empezar el día con alegría. Al más pequeño no se le ocurre nada más divertido que jugar con su madre a que ella intente vestirle mientras él se escapa y se esconde, pero su madre riéndose le propone otro juego muy divertido mientras le ayuda a vestirse y comprueba que su hijo mayor también se está vistiendo. Al terminar, van los tres a la cocina, donde les espera el desayuno en la mesa (que su madre había preparado mientras se preparaba su té). Entre tanto, llega el padre también a desayunar y ver a sus hijos los 10 minutos que les quedan antes de ir a la parada del autobús.

Estas dos mujeres tienen una situación bastante similar al empezar el día. No sabemos cómo transcurre el tiempo restante, no sabemos si trabajan fuera de casa, si el resto del día va a estar repleto de actividades interesantes y entretenidas o, por el contrario, llenas de obligaciones menos gratificantes.
Lo único que sabemos es que empiezan el día con una situación de partida muy similar: dos hijos pequeños que tienen que despertar y preparar para que se vayan al autobús escolar.
Y sin embargo, la manera de hacer de estas dos mujeres es muy distinta: una se ocupa de sí misma y sus necesidades primero, luego se ocupa de los niños; la otra se ocupa de los niños y prácticamente se olvida de sí misma. Una tiene en cuenta detalles que le ayudan a no ponerse nerviosa (radio-despertador en lugar de timbre de alarma, ducha caliente antes de “enfrentarse” con sus hijos, té en lugar de café); la otra no se fija en esas cosas, sólo hace lo que cree que tiene que hacer. Una hace prácticas que le ayudan a desarrollar proactivamente su paz interior al iniciar el día (café a solas con tiempo por delante); la otra “se lanza al ruedo” nada más despertarse. Una se organiza y prevé lo que se necesita para poder supervisar a sus hijos mientras se preparan y evitar así que “hagan lo que les de la gana”; la otra va y viene entre los hijos y los preparativos. Una tiene un cierto equilibrio y fuelle para los hijos que se despiertan de mal humor; la otra no tiene mucho más espacio de maniobra con sus propios nervios, etc.
No sabemos como van a pasar el resto del día, pero podemos extrapolar esta serie de “detalles” y maneras de hacer las cosas y probablemente llegaremos a la conclusión de que una va a vivirlo usando la reserva de paz interior que se ha dado por la mañana (y muy probablemente todas las mañanas), mientras que la otra lo vivirá acusando el déficit de paz interior que le quedó al empezar el día. Es más, probablemente una seguirá durante todo el día intentando cuidar esa paz interior, haciendo lo que sea necesario en los ratos en los que tenga ocasión para conservar su equilibrio, mientras que la otra posiblemente seguirá intentando llegar a todas partes y hacerlo todo bien y seguirá olvidándose de sí misma y sus necesidades, tal y como sucedió al empezar el día.

La paz interior es un recurso fundamental para cualquier persona y no en vano la buscan a través de innumerables disciplinas los monjes y los sabios desde hace miles de años. Pero tal y como está evolucionando en los últimos decenios la función (o las funciones) de la mujer en nuestra sociedad, o disponemos de dosis ilimitadas de paz interior o a la larga vamos a acabar todas con desórdenes nerviosos, físicos, espirituales o todos a la vez.
Por un lado, el ritmo de vida y, por otro, las múltiples y cada vez más complicadas tareas que tenemos que desarrollar suponen una prueba constante para los nervios de cualquiera.
Si todos los días de tu semana están llenos de actividades profesionales precedidas y seguidas de actividades familiares, más tiempos de transporte, más logística del hogar, más algún trámite o pago de algo que siempre está pendiente, más compras y reparaciones, más nerviosismo ambiental (muy notorio en las grandes ciudades), más algún disgusto o incluso pelea con otra persona…, ¿cómo demonios vas a sobrevivir con el paso del tiempo sin un espacioso y rebosante depósito de paz y tranquilidad interior?

Fragmento del Libro “Tácticas de coaching para mujeres; cómo afrontar los desafíos cotidianos.
Conchita Rodríguez Franco
Ed. Síntesis

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